Leer el pensamiento de una hija siempre es emocionante. Y más cuando los papeles se han intercambiado: la hija cuida a la madre.
Conocer los temores, las alegrías, los grandes aprendizajes que estas emociones nos pueden dar es el motivo de este escrito.
Des de Allegra sólo nos queda dar las gracias a la Anna Isabel por su generosidad de compartir sus sentimientos, como a todas aquellas familias que nos han compartido sus emociones.
Les recomendamos que tomen su tiempo para leer esta maravilla.
«Hace tiempo que empecé a ser madre de mi madre»
Siempre es difícil la literatura del «yo» y de los cercanos, porque, cuanto más cerca, cuanto más adentro, más incómodos nos sentimos al no poder escondernos.
Yo, pues, como tantos otros, hace tiempo que empecé a ser madre de mi madre
La Sra. Molina con nuestros profesionales
Tuve que decidir y responsabilizarme de asuntos, a veces sutiles, a veces con más envergadura.
Asuntos de aquellos que te hacen estar un buen rato delante del espejo para reconocerte.
Las circunstancias y la voluntad, ya tan poco libre, de mi madre cambiaron tanto y tan rápido que todo era un ir y venir de decisiones, escalones que nunca pensé que pisaría, cambios de estación y de andén continuos hasta el punto de encontrarte extranjero en tu propia vida.
Y exiliarse a ella de su vida propia.
“El momento concreto de ceder”
Independientemente de la relación personal e historia particular de cada uno con sus padres, el momento concreto de «ceder» gran parte del cuidado de tu madre a un Centro es, por decirlo suavemente, un acto de fe.
Fe ajena como una proyección de uno mismo, en finitas, pero muy numerosas versiones: la parte de mí que hubiera querido ser médico, administrativa, enfermera, vecina solícita, confesora, peluquera, animadora de fiestas, fisioterapeuta, cocinera, etc.
El sentimiento de culpabilidad crece lento pero seguro, y no se deja comprar con dulces, perfumes ni sonrisas; se despierta y se hace evidente que no te olvides que nada es gratuito, que tienes que aceptar ciertas derrotas.
Por suerte, tenemos esta «puñetera» y maravillosa necesidad de sentirnos tribu, de no quedarnos en el rincón más oscuro de la cueva.
Y así lo hacemos: nos dejamos coger, sostener, y la vida, la de todos y todas, vuelve a tener aire, y un poco más de tiempo, y los ratos, sean cuantas sean, vuelven a tener la calidad y la dignidad necesarias.
«Las cuidadoras y cuidadores, principales escritores del diario de la madre»
Las cuidadoras y cuidadores (no sé… siempre me ha gustado mucho más cuidar que velar…) se convierten en los principales escritores del diario de mi madre.
Me dicen las veces que ha ido al lavabo, la fruta que más le gusta, la falda que odia, las compañeras de mesa con las que más habla.
También si ha pasado una tarde complicada, la edad que ha decidido tener hoy, y los recuerdos antiguos que en cada vuelta se hacen más presentes, como un camino de cuenta atrás.
Ellas y ellos son los que, cuando me escapo un rato y paso para ver cómo va todo, y dejo por unos momentos el trabajo cotidiano y el cuidado de los otros míos.
Me resumen en palabras, gestos, miradas, el día a día y la noche a noche de mi madre, quienes desdramatizan una situación de crisis o ponen énfasis en algún aspecto que se me escapa; quienes hacen la contención y los que escuchan también las preocupaciones y las dudas.
Entonces, la culpabilidad, esta amiga omnipresente, toma un lugar limitado.
Ocupa lo justo para que no me sienta demasiado a gusto en mi área de confort; lo justo para seguir teniendo dudas, pero una vida honesta.
«La he recuperado y nos hemos recuperado»
No me reconforta justificarme pensando que esto se paga con dinero, porque sé que el dinero no siempre asegura esta honestidad profesional, ni la empatía que se regala, ni la paciencia, ni la vocación, tan desacreditada en estos tiempos de oferta y demanda. Todas las ayudas económicas para residencias de ancianos no pagan la profesionalidad de los especialistas que dedican sus días a cuidar de nuestros ancianos.
Continua siendo difícil decir «yo» y «ella».
A veces no construyo el puente directo para acercarme, pero tengo la certeza de que, tomando este camino secundario donde he tenido que alejar mi madre momentáneamente, la he recuperado y nos hemos recuperado.
Anna Isabel Camacho,
Hija de Ana Molina, usuaria del Complejo Residencial Allegra.